domingo, 15 de abril de 2012

LEVITATEM IUVENTUTIS


La ligereza de la juventud.
Si me remonto en la corriente del tiempo en plan profesional del análisis de la conducta tratando de dilucidar como fue que yo llegué a ser precisamente yo, navego hasta una tarde lluviosa de jueves en la que me encuentro en pleno meollo adolescente. Sé que es jueves porque es el día de préstamo en la bibilioteca del instituto y tengo en la mochila un par de novelas de suspense ya leídas para intercambiar con vistas al fin de semana. 
En este instante de mi juventud sé perfectamente que me gustan las pollas, no voy a engañar a nadie: cuando veo las películas en el cine el que me gusta es siempre el héroe, no su bella partenaire; en las representaciones de ballet me empalmo viendole el paquete a los bailarines y, si me dejan solo en casa, soy perfectamente capaz de cascarme una paja viendo las competiciones de salto de trampolín con todos aquellos cuerpos perfectos desnudos desfilando y cubiertos nada más por los diminutos bañadores de competición. 
Me gustan las pollas aunque de un modo impreciso y virtual, solamente supongo que me gustan porque nunca me he tragado una en realidad. Pero lo sé de esa forma en que se saben determinadas cosas en la vida, sin necesidad de experimentarlas, y ahí ando un poco desconcertado en el rollo que me rodea porque ya me doy cuenta de que no todo el mundo funciona como yo y me cuestiono si lo que siento es correcto o son los demás los que están acertados y yo el equivocado...

...pero esa tarde en concreto no pienso en nada de eso, tengo que ordenar las cuatro putas muestras con fases de la mitosis celular de la primera a la última y no veo una mierda por más vueltas que le doy al microscopio. No me tengo por uno de los tontos de la clase, pero hasta ellos -los "tontos"- se han largado hace cinco minutos enseñándome el dedo corazón y diciendo "adios capullo".
Empiezo a creer que cuando los últimos vestigios de la humanidad desaparezcan y los extraterrestres vengan a investigar qué fue de los humanos, se sorprenderán al ver mi joven esqueleto sentado sobre aquella butaca con la órbita ocular incrustada sobre ese artefacto.
"vamos, hombre" dice el Maestro acodándose en la mesa a mi lado y contemplándome como quien ve un insecto pinchado en un alfiler "si esos dos lo han visto, no sé porqué no puedes hacerlo tu. "
"a esos dos se lo han chivao" gimoteo "¿no puedo irme ya y la semana que viene lo intento de nuevo?"
El Maestro se incorpora y situándose detrás mío contesta
"yo creo que no te aclaras con el microscopio, es eso. Espera un momento a ver"
y se inclina sobre mi dejando caer parte de su peso sobre mi espalda. Bruscamente me veo invadido por sus olores, a loción para el afeitado del tiempo en que se inventaron las barberías y a algo como un poco rancio que me recuerda la forma en que huelen las mantas de lana cuando mi abuela las saca de un arcón tras años y años allí guardadas. El Maestro es cincuentón y barrigudo, lleva el pelo muy engominado y eso sí, abulta mucho más que yo de una forma abrumadora. Ahí encerrado entre la mesa, su cuerpo y uno de sus brazos a cada lado de la cabeza, me siento poco más que un mosquito.
"a ver, mira ahora a ver si ves algo" dice en voz baja y coloca sus manos sobre mis hombros.
Pongo mi ojo sobre la lente pero en realidad estoy concentrado en algo duro y caliente que se frota de manera casi imperceptible contra el centro de mi espalda.

De pronto tengo una iluminación: voy a ver mi primera polla.

A pesar de que tengo una erección dolorosa de puro intensa, también tiemblo como una hoja por el miedo que me inspira el territorio desconocido en el que me voy adentrando. El Maestro lo nota y deja resbalar una mano sobre mi pecho, diciendo ahora en voz más baja
"vamos, haz un esfuerzo. Eres muy buen chico, seguro que al final consigues ver algo..." ( ¿estamos hablando de su rabo o de la jodida telofase? ) "...pero tienes que relajarte..."
Ahora la misma mano continua el descenso, se detiene un instante sobre mi estómago y cuando por fin alcanza mi entrepierna, da un respingo.
"joder, pero si la tienes dura" rie yo diría que casi aliviado al notar que las cosas van tal y como él esperaba que fuesen "¿te gusta esto?"
Me hace dar la vuelta y mirando a un lado y a otro como un furtivo, se desabrocha la cremallera del pantalón y se saca el aparato, colocándolo ante mi rostro.
"¿No has visto nunca una? ¿quieres chuparla?"
El zorrón en potencia que soy ya a mi edad asiente con la boca abierta y entonces el Maestro me agarra del pelo con fuerza e introduce aquello entre mis labios.
"aah, pero que bien la chupas, no puedo creer que sea la primera que te comes" jadea lanzando unos cuantos embites contra el fondo de mi garganta."..¿me dejas ver la tuya ahora?"
El Maestro se arrodilla ante mi tabureta, me baja los pantalones hasta los tobillos y queda embelesado viendo el espectáculo de mi vigorosa picha adolescente.
"¿me dejas que te la chupe yo un poquito?...¿si?..."
No sé que experiencia previa tendrá en pervertir jóvenes estudiantes pero sin duda queda sorprendido cuando apenas me rodea la polla con los dedos, chillo como un ratón y proyecto un potente chorro de esperma sobre su cara y sus gafas.
Aunque relamiéndose una gota que le cae cercana a la comisura de los labios, gruñe
"cojones, hay que tener un poco de contención, ¿has visto como me has puesto?"

...en ese épico momento entran al laboratorio los dos tontos de la clase para recoger algo que habían olvidado acompañados por el portero del instituto, que supongo solo pretendía asegurarse de que no volvían a entrar para hacer el gamberro por los pasillos. Los tres quedan mudos al ver a el Maestro ponerse en pie con la tranca al aire y una nube láctea sobre el cristal de sus gafas balbuceando:
"sé lo que parece pero en realidad puedo explicarlo"

Evidentemente, no pudo explicarlo.

El Maestro se libró de ir a la cárcel por mi piadosa declaración en la cual manifesté que todo lo que se hizo en aquel laboratorio fue con mi consentimiento, con lo cual maté dos pájaros de un tiro: tuve oportunidad de "salir del armario" a ojos de mis padres y me gané el agradecimiento eterno de mi Maestro. Él perdió el empleo, claro, pero me demostró su agradecimiento poniendo su cuerpo a disposición de mis inquietudes científicas (ya en la intimidad más recomendable de su dormitorio) y, aunque no fuese lo más deseable que he tenido entre manos, en él aprendí los resortes y puntos sensibles universales necesarios conocer para entender debidamente el sexo entre caballeros.
Cuando un año y medio más tarde cumplí los 18, pretendió que me fuera a vivir con él a lo que por supuesto me negué porque yo ya había visto que, como dice la canción, hay muchos peces en el mar y era una tristeza quedarse con el primer salmonete que le viene a uno a las manos.
Despechado, se marchó a vivir a otra ciudad y un par de meses después nos enteramos de que había fallecido atropellado por un camión de reparto de la Coca-Cola.

¿En que iba pensando ese hombre por la calle?


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